Teologia
El Concilio de Calcedonia: El Fundamento de La Libertad En Occidente
Por varias razones, y sobre todo por el Concilio de Calcedonia, el año 451 d C. es una de las fechas más importantes de toda la historia. Tan importante como lo fue la Batalla de Avarair para detener la marcha hacia el oeste del pensamiento dualista y del imperialismo, Calcedonia, aún más puntualmente, estableció la fundación cristiana de la cultura occidental e hizo posible el desarrollo de la libertad. Calcedonia le infligió al estatismo su mayor derrota en la historia del hombre.
El problema se centró en la definición de las dos naturalezas de Cristo y de la unión de estas. Detrás delproblema se encontraba el resurgimiento de la filosofía helénica en apariencia cristiana y los reclamosde que el Estado sea el orden divino en la tierra, como la encarnación de la divinidad en la historia. Lafe Helénica sostuvo un concepto radicalmente diferente del ser del que sostuvo la fe bíblica. Ladistinción cristiana entre el ser no creado de Dios y el ser creado del hombre y el universo coloca unabismo infinito entre los dos, un abismo infranqueable por la naturaleza pero franqueable sólamentepor la gracia, por la gracia y la salvación por gracia que permite una unión o comunidad de vida, no desustancia. Para los griegos, así como para las religiones no cristianas en general, todo ser es un serindivisible; las diferencias del ser son de grado, no de clase. En esta gran cadena del ser, es unacuestión de lugar en la escala o escala del ser, mientras que para la fe Cristiana, la diferencia es una deser divino y no creado frente a un ser creado y mortal.
En términos de este punto de vista griego, la salvación no es un acto de gracia, sino más bien de auto-deificación. Por otra parte, el Estado se convierte en la institución central de la historia, porque el Estado como el punto más alto del poder en la historia manifiesta la divinidad encarnada o naciente del ser ya sea en el cuerpo político, en los gobernantes, o en sus oficios. En diversas formas, esta fe era la subestructura de todo el estatismo pagano. Por lo tanto, el conflicto muy literalmente, fue uno entre Cristo y César. Al principio de la era cristiana, el mundo se enfrentó a dos epifanías, una en Belén y otra en Roma. Como señala Ethelbert Stauffer, en Cristo y los Césares, Augusto se vio a sí mismo como “el salvador que habia de venir al mundo.” Cuando, en el año 17 antes de Cristo, “una extraña estrella brilló en el cielo, vio que la hora cósmica había venido, e inauguró una celebración de Adviento de doce días, que era una proclamación llana del mensaje de alegría de Virgilio: ‘el punto de inflexión de los tiempos ha llegado’” El orden político encarnó y manifiestó la divinidad inherente en el ser, y por lo tanto la salvación fue, en y a través de este punto culminante del poder, César. “La salvación no hade encontrarse en otro salvador, sino en Augusto, y no hay otro nombre dado a los hombres en el que puedan ser salvos.” 104 Por lo tanto el conflicto entre Cristo y Cesar era inevitable
Roma estaba dispuesta a reconocer a la iglesia y darle el estatus de aprobación como una religión legítima, siempre y cuando la iglesia reconociera la jurisdicción superior del Estado y del orden político como la manifestación verdadera y primaria de la divinidad. Como señaló Francis Legge, “Los funcionarios del Imperio Romano en tiempos de persecución intentaron forzar a los cristianos a sacrificar, no a ninguno de los dioses paganos, sino al Genio del Emperador y a la Fortuna de la ciudad de Roma, y en todo momento la negativa de los cristianos era considerada no como una ofensa religiosa sino política.”105
Cuando el imperio se convirtió en cristiano, una variedad de formas de teología estatista romana se reafirmó. En efecto, Cristo era divino de alguna forma, pero, más que la Iglesia, el imperio sostuvo que era la voz de Dios. El reconocimiento de la Iglesia por el imperio pronto fue seguido por la persecución de la ortodoxia, como el caso de Atanasio, por haber defendido la divinidad y la supremacía de Cristo. El problema consistía en si Dios o el hombre, Cristo o el Estado, es salvador del hombre, y en cómo se encarna la divinidad?
El Concilio de Calcedonia en el año 451 d C. se reunió para tratar el tema, y llegó a concentrarse en el punto crítico de la cristología. Si se confundían las dos naturalezas de Cristo, quería decir que la puerta a la divinización de la naturaleza humana se había abierto, el hombre y el Estado eran entonces potencialmente divinos. Si la naturaleza humana de Cristo era reducida o negada, entonces Su papel como salvador encarnado del hombre era reducido o negado, y el salvador del hombre volvía a ser el Estado. Si se reducía la deidad de Cristo, entonces Su poder salvador era anulado. Si su humanidad y divinidad no estaban en verdadera unión, entonces la encarnación no era real, y la distancia entre Dios y el hombre seguía siendo tan grande como siempre.
Este era el problema. La persona que enfrentó esta crisis era San Leon, o Leon el Magno, cuya carta célebre, “El Tomus,” en defensa de la fe ortodoxa, fue persuasiva. San Leon, el Papa cuya habilidad teológica había sido creativa y había liderado la iglesia, no carecía de las habilidades administrativas que exigía su oficio. Otra parte, como Trevor Jalland lo notó, “Leon no era un cazador de herejías.”106 sino que su preocupación era pastoral: la defensa del rebaño de Cristo contra el mal, y el mal en este caso era teológico. Significativamente, el “Tomus” se comenzó con una reprensión severa para el altamente venerado Eutiques, anciano archimandrita de un monasterio y figura popular, que presumía ser un líder en un área donde él era un novicio: “¿qué cosa es más inicua que sostener opiniones blasfemas, y no ceder el paso a aquellos que son más sabios y más conocedores?”
San León insistió en la integridad de la encarnación, hombre verdadero de hombre verdadero, y Dios verdadero de Dios verdadero, dos naturalezas en una unión sin confusión. Por otra parte, lo que Cristo asumió en Su encarnación fue la humanidad, la naturaleza, no la naturaleza pecaminosa del hombre caído, sino naturaleza sin deformar. “Lo que fue asumido de parte de la madre del Señor era la naturaleza, no la culpa; ni tampoco lo maravilloso que implica ser la natividad de nuestro Señor Jesucristo, que nació del vientre de una virgen, significa que su naturaleza es diferente a la nuestra. Pues el mismo, que es verdadero Dios, es también verdadero hombre.”
La respuesta del Concilio a la carta es bien conocida. El grito se alzó con un fuerte aplauso, “¡Esta es la fe de los padres! ¡Esa es la fe de los apóstoles! ¡Así que todos la creemos! ¡Así que los ortodoxos creen! ¡Anatema al que crea lo contrario! A través de Leon, Pedro ha hablado así. Aún así enseñó Cirilo. Esa es la verdadera fe.”
La definición o Fórmula de Calcedonia resumió la doctrina ortodoxa de Cristo:
Nosotros, entonces, siguiendo a los santos Padres, todos de común consentimiento, enseñamos a los hombres a confesar a Uno y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en Deidad y también perfecto en humanidad; verdadero Dios y verdadero hombre, de cuerpo y alma racional; consustancial (coesencial) con el Padre de acuerdo a la Deidad, y consustancial con nosotros de acuerdo a la Humanidad; en todas las cosas como nosotros, sin pecado; engendrado del Padre antes de todas las edades, de acuerdo a la Deidad; y en estos postreros días, para nosotros, y por nuestra salvación, nacido de la virgen María, de acuerdo a la Humanidad; uno y el mismo, Cristo, Hijo, Señor, Unigénito, para ser reconocido EN DOS NATURALEZAS, INCONFUNDIBLES, INCAMBIABLES, INDIVISIBLES, INSEPARABLES; por ningún medio de distinción de naturalezas desaparece por la unión, más bien es preservada la propiedad de cada naturaleza y concurrentes en una Persona y una Sustancia, no partida ni dividida en dos personas, sino uno y el mismo Hijo, y Unigénito, Dios, la Palabra, el Señor Jesucristo; como los profetas desde el principio lo han declarado con respecto a Él, y como el Señor Jesucristo mismo nos lo ha enseñado, y el Credo de los Santos Padres que nos ha sido dado.
Esta definición del cuarto concilio general o ecuménico se ha mantenido como el referente de la ortodoxia. Su influencia en la teología ha sido decisiva. Por ejemplo, es imposible entender a Juan Calvino, aparte de su fidelidad a Calcedonia.
Pero la influencia de Calcedonia en la filosofía y en la política no ha sido menos grande. La cultura occidental ha sido en gran parte un producto de Calcedonia, y las continuas crisis en la Iglesia y en el Estado reflejan sus desviaciones o rebeliones en contra de Calcedonia. Calcedonia, en primer lugar, separó claramente la fe cristiana de los conceptos griegos y paganos de la naturaleza y del ser. Se dejó en claro que el cristianismo y las otras religiones y filosofías no podían unirse. Lo natural no asciende a lo divino o a lo sobrenatural. El puente está tendido sólo por la revelación y por la encarnación de Jesucristo. La salvación, por lo tanto, no es del hombre ni por medio de la política de los hombres, ni por cualquier otro esfuerzo del hombre.
En segundo lugar, al negar la confusión de lo humano y lo divino, Calcedonia estableció un estándar contra esa corriente pagana del misticismo que busca precisamente la unión de la sustancia divina y humana en un solo ser. Tal misticismo hizo implícitamente irrelevante la obra de Cristo, y de hecho su misma persona, en el que cada hombre se convirtió potencialmente en su propio Cristo a través de la absorción mística en la Deidad. Por supuesto, la iglesia también fue hecha irrelevante por el misticismo. Más que esto, Calcedonia previno a instituciones humanas que profesan ser encarnaciones de la divinidad y capaces de unir los dos mundos existentes. El Estado se redujo al orden humano, bajo Dios, y le fue negada la antigua pretensión de divinidad para el cuerpo político, para el gobernante, o para sus oficios.
Calcedonia se convirtió así en un doble obstáculo contra las pretensiones místicas del hombre. Al afirmar la encarnación única, sin confusión ni cambio de las dos naturalezas, en primer lugar, se prohibió el misticismo personal, y en segundo lugar, se prohibió también el misticismo colectivo. Ni las personas ni el Estado pudieron, por sus obras, la experiencia, el crecimiento o evolución, unirse con la Divinidad y ser absorbido en ella. La singularidad de la encarnación fue un preventivo, y la insistencia en que no había cambio de las dos naturalezas, ni confusión de ellas en esa encarnación única, significaba que ni la iglesia ni el Estado podían afirmar que, así como la humanidad de Cristo, ellos también habían entrado en Su deidad. Si Calcedonia no hubiera hecho la definición de la prueba de la ortodoxia, a continuación, el humanismo podría haber utilizado válidamente la Encarnación, con la sanción teológica, para introducir a la gente de Cristo, ya sea como la iglesia, estado, escuela o individuos en este cambio de la naturaleza de la humanidad a la divinidad. Ser cristiano en el sentido más amplio habría significado la deificación, la participación en el sacramento de la comunión habría significado la participación en más que la nueva humanidad de Jesucristo, junto con la bendición del acceso en él a Dios Padre. En cambio, el sacramento se convertiría en la participación en la deidad de Cristo. El sacramento hubiera llegado a ser la participación en la deidad de Cristo. El hombre se comería a Dios para llegar a ser Dios y el paganismo triunfaría entonces sobre el cristianismo bíblico.
En tanto que la vieja visión pagana prevaleció, el Estado podía ser el orden divino-humano. La Divinidad se convirtía así en grandemente inmanente o encarnada en el Estado de tal forma que no había apelación más allá del Estado. El Estado era, por lo menos para su época, el orden final. En este orden de cosas, el hombre era simplemente un animal político, un animal social: él era definible en términos del grupo, el cuerpo político. El hombre no tenía verdadera trascendencia ni ningún motivo contra el Estado. En esta condición, la libertad era inexistente. Podía existir permiso del estado para ejercer determinadas áreas de actividad, pero no una libertad aparte ni más allá del Estado, basada en la creación del hombre por Dios.
El Estado, por supuesto, se negó a aceptar con ecuanimidad el golpe certero propinado por Calcedonia. Las pretensiones de divinidad tomaron formas más sutiles y aparentemente cristianas. Una de las más críticas de estas luchas ha sido descrita por B. Gerhart Ladner. Según Ladner, la premisa de la iconoclastia fue la afirmación del Imperio de Oriente como la verdadera encarnación de lo divino, el Reino visible y manifiesto de Dios en la tierra. “No sólo porque las imágenes tenían un lugar tan importante en la Iglesia bizantina, teológica y litúrgicamente, que un ataque contra ellos era ipso facto un ataque contra la Iglesia, sino también y más aún porque, como veremos, los emperadores mostraron inequívocamente que incluso en el mantenimiento de la creencia en el supremo gobierno sobrenatural de Cristo, ellos no querían permitir en esta tierra cualquier otro, sino su propia imagen o, más exactamente la imagen de su propia naturaleza imperial.” Leon III escribió al Papa Gregorio II. “Yo soy Rey y Sacerdote” El Imperio de Oriente era generalmente complaciente con “las herejías que atacaban la unidad perfecta, o la entereza de las naturalezas divina y humana en Cristo (el arrianismo, nestorianismo, monofisismo, monotelismo); por la disolución de esta unidad o la disminución de la totalidad de cada naturaleza, se reduce la extensión del gobierno de Cristo en el mundo de los humanos ampliando la extensión del reinado del emperador.” Al subvalorar la encarnación y al confundir las dos naturalezas, estas herejías, y sus defensores imperiales, otra vez hacían posible el resurgimiento de “la opinión de que el Estado es la forma más visible de la vida sobre la tierra.”107
El Imperio de Occidente también se enfrentó a una lucha similar. En efecto, “vicarius Dei” era un título reclamado por muchos emperadores occidentales. Oton III se vio a sí mismo como el sucesor de San Pablo y firmaba sus cartas con la fórmula de San Pablo, llamándose a sí mismo “servus Jesu Christi.” Y, como Eugen Rosenstock-Huessy señaló, Oton creía que “a él se le confió la paloma de la Inspiración,” el Espíritu Santo. Mucho más tarde, el emperador Maximiliano (1493-1518) previó en 1512 convertirse él mismo en Papa.108
Pero esta pretención no se limita a la época de los imperios, sino que es endémica en la historia de Occidente, con imperios y estados en guerra contra la libertad de Calcedonia, y el Estado buscando una vez más convertirse en el orden salvador. En la obra de Dostoievski Los hermanos Karamazov, el staretz (consejero espiritual en la iglesia rusa. N. del T.) declaró: “No es que la Iglesia se convierta en el Estado, sino que el Estado se convierta en la Iglesia, nótelo bien.”109
En el Antiguo Testamento, había dos oficios separados en Israel, el de sacerdote y el de rey. La pretención del rey Uzías de ejercer el sacerdocio trajo el juicio divino sobre él en la forma de la lepra (2 Crónicas 26). Los dos oficios no deberían tener una unión inmanente sino sólo una trascendental. En tanto que la Iglesia y el Estado (o gobierno civil) son ordenados por Dios como los ministerios de la gracia y de la justicia, y debido a que la gracia y la justicia descansan en la rectitud, la santidad y la misericordia de Dios, su marco de referencia esencial es sobrenatural. La Iglesia y el Estado están unidos solamente en Cristo, quien declaró a Pilato que Su “reino no es de este mundo” (Juan 18:36), es decir, que no se deriva de este mundo, sino que es más bien un reino eterno y divino, derivado del Dios trino. En lugar de un reino eterno, el Estado pagano busca un reino puramente histórico, es decir, que se deriva enteramente de la historia y que manifiesta sólo la divinidad inherente en la historia.
Para volver a la definición de Calcedonia. Cornelius Van Til, en La Defensa de La Fe, ha descrito los efectos de la fórmula: dar a conocer el significado de la encarnación, y preservar la integridad de la unión. “Cristo vino a traer al hombre de vuelta a Dios. Para ello era y tenía que ser verdaderamente Dios.” “Era la segunda persona de la trinidad ontológica, quien era a su esencia, completamente igual al Padre, que por lo tanto, existía desde toda la eternidad con el Padre, que en la Encarnación asumió la naturaleza humana.” En la encarnación, Jesucristo era verdaderamente hombre y verdaderamente Dios.
El Credo de Calcedonia ha expresado todo esto diciendo que en Cristo las naturalezas divina y humana están tan relacionadas como para ser “dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación.” Los dos primeros adjetivos son salvaguardia contra la idea que lo divino y lo humano están entremezclados de alguna forma; estos dos últimos adjetivos aseguran la plena realidad de la unión.110
Este punto es muy importante. No sólo era la realidad de las dos naturalezas “sin confusión, sin cambio”, declaró, sino la realidad de la unión, “sin división, sin separación”, afirmó de manera similar. La pretención de la teología estatista de divinizar la naturaleza fue declarada anatema, pero también lo fue el intento de la teología estatista de disminuir la realidad de la encarnación. En la medida en que la realidad de la encarnación fue disminuida, en esa medida el Estado manifestó una vez más su reclamo del señorío absoluto sobre el hombre y la sociedad, y como el salvador y redentor de la misma.
Al disminuir o destruir la realidad de la humanidad de Cristo, el pensamiento monofisita, dejó la humanidad de Cristo como algo irreal, y la encarnación como una realidad vaga y nublada. Jesucristo como hombre verdadero de hombre verdadero era el nuevo y último Adán (1 Corintios 15:45), y Su Iglesia es la humanidad nueva y redimida. La pertenencia a Cristo, como se establece en los elementos de la comunión, su cuerpo y su sangre, son miembros de la nueva humanidad redimida, los herederos destinados desde la creación en Cristo. Los cristianos eran así una nueva raza, a veces llamada “la tercera raza”, es decir, suplantando a las antiguas divisiones de Judio y gentiles, griegos y bárbaros, romanos y no romanos. Esta nota resuena a través de la liturgia de San Juan Crisóstomo y Basilio el Grande: “A Adán se le recuerda que la maldición es anulada, Eva es puesta en libertad, la muerte es sometida a muerte, y somos vivificados. Por tanto, en los himnos, cantamos a viva voz: Bienaventurado eres, oh Cristo nuestro Dios” Las liturgias hablan “de la raza de los cristianos” en una porción de la natividad de Cristo, leemos: “La Virgen, hoy, viene en un cueva para dar a luz inefablemente al Verbo que es antes de los siglos. Danza, universo tú, al oír la noticia: glorifica con los Ángeles y los Pastores, aquel que quiera contemplar al pequeño niño, el Dios antes de los siglos”111 “¡Danza, universo tú!” Las personas que convocaron al universo para danzar con alegría en la encarnación, las que se reconocían a sí mismos como una nueva humanidad de Dios, unidos en Cristo y en su sacramento a una comunidad de la vida con Su divinidad, no estaban dispuestos a doblar la rodilla ante César como ante Cristo. En cambio, querían un Estado cristiano, la iglesia y el Estado por igual bajo Cristo el Rey.
El monofisismo ostensiblemente exaltaba a Cristo mientras que disminuía Su humanidad, Así simplemente ponía en peligro y destruía la realidad de la encarnación. Reducía el ámbito de la iglesia a lo espiritual, la dejaba pobremente relacionada con el mundo, y de nuevo le devolvía el mundo material al César. El nestorianismo hizo a Cristo un hombre divinizado en lugar del Dios encarnado, y con ello simplemente reforzó la teología estatista. Cualquier cristología subordinacionista, que dio a Dios el Hijo un estatus menor en la Trinidad, redujo de manera similar a la iglesia como cuerpo de Cristo.
La teología estatista se basaba en la primacía de la naturaleza como la voz y la manifestación de Dios, y el punto culminante del poder de la naturaleza en la historia es el Estado. La teología estatista estaba lista para dar cabida a la gracia, dándole un papel subordinado, mediante el uso de la gracia para reforzar la naturaleza. Se creó una dialéctica naturaleza-gracia que fue un renacimiento de la dialéctica griega forma-materia y por tanto implícitamente una dialéctica anti-cristiana. En tal teología, Cristo simplemente se convierte en un soporte para el Estado y no el Señor de la iglesia y del Estado. George Huntston Williams señala que “Cristo como rex et sacerdos es divinamente Rey y sólo humanamente un sacerdote.”112 El resultado fue una teología política subordinando la Iglesia al Estado.
Pero una verdadera cristología no es dialéctica sino trinitaria. Se basa, no en la dialéctica de la naturaleza frente a la gracia, sino en la crisis moral, el pecado contra la gracia. La naturaleza caída está en la necesidad de la redención. Cristo entra en el mundo para establecer una nueva humanidad, en quien Él crea por su poder regenerador y santificador una nueva naturaleza, la cual está en comunión con Él. Dios no está en guerra contra la naturaleza, y su lucha no es contra la naturaleza, sino contra el pecado. En la humanidad redimida, Cristo gobierna sobre todas las cosas, el Estado y la iglesia incluidos.
La dialéctica moderna es la naturaleza versus la libertad, un mayor desarrollo de la fórmula dialéctica, forma-materia. En esta nueva dialéctica, el acomodamiento le cede el paso a la hostilidad hacia Cristo. La teología estatista ya no necesita a Cristo. Como el manifiesto poder encarnado del hombre y la naturaleza, el Estado se ofrece a sí mismo como la verdadera libertad del hombre, la esperanza de gracia del hombre, por así decirlo, a través del cual se restaurará el paraíso. Así pues, el Estado reclama ser también la verdadera iglesia del hombre y el verdadero Cristo del hombre. Las raíces de esta afirmación se encuentran en la antigüedad pagana, pero también corren profundamente a través de la Edad Media. Ernst H. Kantorowicz describe el misticismo temprano del Parlamento (de Inglatera. N. del T.):
Antes del cierre del Parlamento en 1410, el Presidente de la Cámara de los Comunes tuvo a bien comparar el cuerpo político del reino con la Trinidad: el rey, los Lores espirituales y temporales y los Comunes conjuntos formaban una trinidad en la unidad y unidad en trinidad. En la misma ocasión el Presidente comparó los procedimientos del Parlamento con la celebración de una misa: la lectura de la Epístola y el exponer de la Biblia en la apertura del Parlamento parecían las oraciones iniciales y ceremonias que preceden a la acción sagrada: la promesa del rey de proteger la Iglesia y observar las leyes en comparación con el sacrificio de la misa y, por último, el aplazamiento del Parlamento tiene su analogía en el Ite, missa est, el despido y el Deo gratias, que concluye la acción sagrada. Aunque estas comparaciones no significan mucho por sí mismas, no obstante reflejan el clima intelectual y muestran hasta qué punto el pensamiento político en la edad “Gótica alta” ha gravitado hacia la mistificación del cuerpo político del reino.113
Más tarde, como lo señala Kantorowicz, y el cardenal Pole en su momento, Enrique VIII “trató a la Iglesia como un simple politicum corpus, y por lo tanto, como parte integrante del reino de Inglaterra.”114 Los conservadores modernos al hacer referencia a “Dios y patria” preservan la forma más antigua de la teología estatista.
En su forma moderna, la teología estatista va más allá. Esta no sólo hace caso omiso de Cristo y de la Iglesia, sino que comienza a negarles su derecho a existir. Un campo de batalla fundamental es el tema de los impuestos. El Estado moderno asume la posición de tener derecho a gravar la iglesia como un politicum corpus, y luego magnánimamente renuncia a este derecho en razón de que la iglesia es una institución de caridad o sin fines de lucro. La premisa oculta es que la iglesia está en el Estado y existe con su permiso. Pero la afirmación de la teología de Calcedonia ha sido que la iglesia, justo debajo de Cristo Rey, es un dominio independiente, así como lo es el Estado, y que la iglesia no puede ser gravada porque tiene derechos extraterritoriales, por así decirlo. Es un dominio separado, con su propio ámbito de la ley, y el Estado no tiene jurisdicción en ese reino. Dado que ni la iglesia ni el Estado son Cristo en sí mismos, no pueden usurpar la soberanía sobre el reino de Cristo: sólo pueden ejercer la autoridad en la jurisdicción que Cristo Rey les dio.
La larga lucha de la Iglesia para lograr independencia de su jurisdicción y luego mantenerla, aunque ajena a nuestro propósito actual, necesita volverse a estudiar y a destacar entre los cristianos, ya que se mueven rápidamente en una nueva fase de la lucha: el intento del nuevo paganismo al negarle a la iglesia jurisdicción independiente alguna. Hay voces supuestamente cristianas que piden gravar con impuestos a las iglesias. Cabe destacar que estas mismas personas niegan la teología del Concilio de Calcedonia. Para ellos, Jesucristo no es verdadero Dios de verdadero Dios ni verdadero hombre de verdadero hombre, inmutable, inseparable, sin confusión en sus naturalezas, unido en el unigénito Hijo nuestro Salvador. El ámbito importante y determinante para ellos no es el sobrenatural, Dios, sino lo natural, el hombre, no la eternidad, sino el tiempo. Thomas JJ Altizer ha declarado abiertamente el principio implícito de la modernidad: “«historicismo», una inmersión total en el tiempo histórico, una inmersión que está totalmente aislada de cualquier significado o realidad que puede estar más allá de nosotros.” Esto significa para el hombre “una autonomía absoluta que finalmente lo encierra en el propio momento concreto.”115
Para Calcedonia, Jesucristo, como la segunda persona de la Trinidad, reinaba en el cielo como el creador y determinador de todas las cosas, incluso cuando Él estuvo en la tierra. Como San Juan declaró, “el Verbo era Dios …. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:1, 3). En tal cristología, el tiempo se rige por la eternidad, el hombre por Dios. La teología estatista, sin embargo, exige que el tiempo gobierne la eternidad, y que el hombre gobierne cualquier dios que sea, o, mejor, que sea su propio dios. Cualquier teología que debilita la definición de Calcedonia, debilita la primacía del Dios uno y trino sobre la historia, y cualquier teología que niega a Calcedonia debe necesariamente afirmar la historia como el área principal de la determinación. Solo el tiempo, entonces, es la fuente de lo histórico, y lo sobrenatural es negado. Dios el Hijo, entonces, no sólo no determina el tiempo y la historia, sino que a Él se niega historicidad porque Él exige referencia a la Trinidad ontológica, a la eternidad, para ser entendido. El único Cristo permitido es un Cristo completamente humano, uno totalmente inmerso en el tiempo y exclusiva y totalmente un producto de la historia. Este es el “Jesús histórico” de la alta crítica. La “Desmitificación” que busca la alta crítica tiene un objetivo similar: reducir a Jesús a la historia, a un sentido total de la historia desde dentro. Pero la búsqueda de la “históricidad” y de la “desmitificación” de Jesús es una imposibilidad. El Jesús de la Escritura sólo es comprensible en cada una de Sus palabras y hechos en términos del decreto eterno y del propósito del Dios uno y trino. La historia de la crítica moderna es la historia post-Kantiana, una abstracción filosófica, no la historia real del hombre la criatura en un mundo creado por Dios. El verdadero Jesús de la historia se establece en la Escritura y ha sido definido por Calcedonia.
Significativamente, el mensaje característico de la modernidad es el evangelio social y la acción social. El modernismo es la teología estatista del hombre contemporáneo. Su evangelio, su buena noticia, es que el Estado tiene la respuesta a todos los problemas del hombre. Ya se trate de una dificultad en el cuerpo o en el alma, la pobreza, la privación cultural, de salud mental, la enfermedad, la ignorancia, los problemas familiares, y todo lo demás, el Estado cuenta con un programa y un plan de salvación. La Carta de las Naciones Unidas, en su preámbulo, también refleja esta esperanza: “Nosotros los pueblos de las Naciones Unidas resueltos a preservar….” La ONU está “decidida a salvar”, y su objetivo es un mundo “sin distinción de raza, sexo, idioma o religión” en el orden social (carta 9,55, 1, 1.1.3, etc.) El objetivo de la política hoy en día es mesiánica: su propósito es la recuperación del paraíso, un orden mundial ideal a través de la ley y la tecnología. El problema del hombre no es visto como el pecado, sino como un ambiente de subdesarrollo que la ciencia puede corregir. La teología estatista ve todos los problemas respondidos por la acción estatal, por lo que el objetivo de todos los hombres de buena voluntad debe ser la legislación social. El Estado debe tener más poder con el fin de hacer real la ciudad del hombre.
Los padres en Calcedonia dirigieron su definición en contra de “las personas que la emprenden para hacer anular la predicación de la verdad”, y el propósito de Calcedonia fue “excluir todas las estratagemas en contra de la Verdad.” Para ellos, todo estaba en juego en esta cuestión de la encarnación. Si se negaba la realidad de la unión sin confusión, entonces no sólo se había perdido la realidad de la salvación, sino también la realidad de la realeza y de la ley de Cristo. Los concilios ecuménicos promulgaron “cánones”. Bright, en sus Notas sobre los cánones, ha señalado que “El sentido original, ‘una vara recta’ o ‘línea’ determina todas sus aplicaciones religiosas, que comienzan con el uso de San Pablo de la misma para un ámbito determinado de trabajo apostólico (2 Corintios 10:13- 15), o de un principio regulador de la vida cristiana (Gálatas 6:16).”116 Cristo Rey tiene un canon, un principio regulador, una ley, para la iglesia y para el Estado, y la negación de la realidad de la encarnación era también la negación de este principio regulador y de la ley. Si la definición de Calcedonia no fuera cierta, entonces no hubiera canon. Dios, si existiera, sería remoto del hombre e incapaz de cerrar la brecha entre Él y el hombre. La ley dada a Adán, Noé y Moisés presupone la realidad de la encarnación: El Dios trino que es creador, es también el Dios encarnado que redime y restaura al mundo sometiéndolo a su ley y dominio. El significado está claro: hay Cristo, no hay ley. Los cánones promulgados por Calcedonia descansaban sobre la Definición de Calcedonia en la que ellos presuponían la realidad de la encarnación como fue definida y por lo tanto el poder autoritativo de la ley de Cristo. Un Dios que no es el creador es un extraño en el universo: es su propia ley de evolución. Un Dios que es verdaderamente el Salvador del mundo es necesariamente su creador: Él lo ha hecho, y su única solidez posible está en su restauración a la comunión con Él. Por consiguiente, Su ley es el único y verdadero principio regulativo para el mundo.
Había, pues, una cuestión jurídica en juego. En la teología estatista, para el racionalista, el derecho es lógica; para el empirista, la ley es la experiencia. En cualquier caso, es básicamente un producto de la naturaleza, del hombre y de su historia. Para ellos la ley es totalmente inmanente y no tiene marco trascendental de referencia. La teología estatista se ha movido constantemente hacia el positivismo jurídico, en una afirmación de que la única ley verdadera es la ley positiva, la ley del Estado. No hay, pues, ningún tribunal supremo de apelación más allá del Estado. El universo se convierte en un universo cerrado, sin una ley más alta o una verdad absoluta. El hombre está encerrado en el mundo y en la “verdad” relativa del Estado.
Los padres en Calcedonia, al tomar nota de la labor del segundo concilio ecuménico, el primer Concilio de Constantinopla, en el año 381 d C., se refirió a la formulación de la doctrina del Espíritu Santo como un baluarte “contra los que estaban tratando de destruir su soberanía.” una defensa similar estaba ahora en juego, pues la unión sin confusión, inmutable, indivisible, inseparable significaba la soberanía de Cristo. La soberanía, el deber y la ley están inseparablemente unidos. La fuente de la ley en cualquier sistema no es sólo el escenario de la soberanía, sino también el dios de ese sistema. Sólo Dios es el verdadero soberano y la verdadera fuente de derecho. El feudalismo cristiano no tenía ningún concepto de la soberanía humana, y el federalismo norteamericano, como un renacimiento protestante del feudalismo, se inició evitando el uso de la palabra soberanía. Su correcta aplicación es sólo a Dios. Al definir a Cristo como Dios verdadero de Dios verdadero, en unión verdadera, pero sin confusión con el hombre y por lo tanto hombre verdadero de hombre verdadero, Calcedonia de esta manera declaró que Cristo es la única y verdadera fuente de un principio regulador, un canon, y por lo tanto la palabra de Cristo era la instrucción y ley para el hombre, para la Iglesia, el Estado, y para cualquier otro orden. Al preservar la unión sin confusión, Calcedonia preservó el canon de llegar a convertirse en una realización potencial del hombre. Cristo como hombre, como el último Adán, guardó la ley perfectamente, para manifestar Su obediencia perfecta como hombre a la ley de Dios. Cristo como Dios ha sido y es la fuente eterna del canon, siendo Él por quien fueron hechas todas las cosas “y sin él nada de lo que es hecho, fue hecho” (Juan 1:3). Haber permitido creer en la confusión de las naturalezas hubiera significado que el hombre puede convertirse en un aspecto de su propio Dios, aspira a ser, en su unión con Cristo, su propio legislador y co-creador. La humanidad se habría introducido en la deidad, no en una comunidad de vida, sino en una comunidad de la sustancia. Pero, según los padres, otro Cristo que no sea este en perfecta unión sin confusión es “otra religión”, y “el santo Sínodo Ecuménico define que a nadie se le tolerará presentar una fe diferente, ni escribirla, ni armarla, ni tramarla, ni enseñársela a otros.”
Calcedonia hizo posible la libertad de Occidente. Es posible hablar de la verdadera libertad como producto de la fe Cristiana, porque la antigüedad vio la ciudad-estado o el estado imperial como una entidad religiosa, una manifestación visible del orden divino. Como Fustel de Coulanges observó: “Cada ciudad era un santuario, cada ciudad podía ser llamada santa.” La ciudad representaba un orden sagrado y divino, y tenía una “omnipotencia” y un “imperio absoluto que ejercía sobre sus miembros. En una sociedad establecida en dichos principios, no podía existir la libertad individual. El ciudadano estaba subordinado en todo, y sin ninguna reserva, a la ciudad, a la cual pertenecía en cuerpo y alma” Debido a que el Estado abrazó toda la vida, incluyendo la adoración, y porque era la manifestación o encarnación del orden divino, el hombre tenía que someterse al Estado como su dios visible. “No había nada de independiente en el hombre, su cuerpo pertenecía al Estado, y estaba dedicado a su defensa.”117 Platón no estaba solo al sostener, en sus Leyes, que “los hijos pertenecen menos a sus padres que a la ciudad.”118 este era generalmente el caso. La unidad de vida era totalmente inmanente, y se realizaba plenamente en el cuerpo político. El Estado era lo único, la unidad del ser. Porque la vida del hombre era abarcada por el Estado, lo particular era menos un aspecto del hombre que del estado o de los Estados. El uno y los muchos eran conocidos sólo en términos de unidades políticas.
En la fe de Calcedonia, la unidad y la pluralidad últimas no pueden ser localizadas en la creación, sino sólo en el Dios uno y trino, un solo Dios y tres personas, en quien el uno y los muchos tienen igual ultimidad. Por otra parte, porque la teología de Calcedonia, en su doctrina de Cristo, preservó la integridad de la Trinidad, se confirmó la respuesta bíblica al problema de la unidad y de la pluralidad. Cuando la unidad y la particularidad (o individualidad) se encuentran en su última fuente trascendental y firmemente en el Dios uno y trino, la realización de la unidad y la individualidad del hombre es liberada de la presencia opresiva del Estado como orden definitivo. En la visión cristiana, la vida del hombre no es abarcada por el Estado, sino que es abarcada sólo por el Dios trino. La unidad del hombre sólo es verdaderamente realizable en Dios y en Su reino, la individualidad del hombre es, de nuevo, realizable sólo en y a través de Dios. Esto significa que el destino eterno del hombre es predestinado y atado a la gracia del que es fundamentalmente Uno y Plural, la Trinidad. Pero también significa que la vida actual del hombre es liberada de la predestinación del Estado. La autorrealización del hombre no está en el Estado sino en Dios. El significado de esto no se perdió en la iglesia primitiva. Obispos y predicadores reprendieron al emperador y al estado por atreverse a presumir demasiado, por reclamar autoridad que le pertenecía solamente a Dios. El cristianismo era una religión reconocida no solo por sus pensadores ortodoxos, sino que comenzaron a hacer retroceder las demandas del Estado. El Estado se vio entonces como el ministerio de justicia (Romanos 13:1-8), no podía pretender ser el fin último o el orden que todo lo abarca. El hombre, como criatura de Dios, trascendió al Estado en virtud de su ciudadanía en el reino eterno de Dios. La ciudad antigua, según Coulanges, “regía el alma y el cuerpo del hombre” y era, “infinitamente más poderoso que los Estados de nuestro tiempo, unía en sí la doble autoridad que ahora vemos compartida entre el Estado y la Iglesia”.119 El Estado era el vehículo de la voluntad de los dioses, si no, su encarnación. La iglesia ahora socavó esta afirmación al declarar que Dios se había manifestado a través de Cristo el Hijo y la palabra escrita Su canon de la verdad. En la antigüedad, el hombre había sido atado al Estado, pero “liberado” de Dios. El cristianismo ortodoxo liberó al hombre del Estado uniéndolo a Dios, quien es el verdadero fundamento de la libertad y de la plenitud del hombre. Como insistió San León, la fuente de esta libertad Cristiana es el trinitarismo, con su concomitante lógica, la cristología de Calcedonia. El antitrinitarismo significó también la hostilidad hacia la verdadera unión. En el sermón 23: “En la fiesta de la Natividad, III,” San Leon declaró:
Pero el Dios que es Uno en la Trinidad del Padre, Hijo y Espíritu Santo, excluye toda noción de desigualdad. Pues la eternidad de la Trinidad no tiene nada temporal, nada diferente en Su naturaleza: Su voluntad es una, Su sustancia idéntica, Su poder igual, y sin embargo, no son tres DIOSES sino un solo DIOS, porque es una unidad verdadera e indisoluble, donde no puede haber diversidad. Así, en su completa y perfecta naturaleza del verdadero hombre era verdadero DIOS nacido, completa en lo que era suyo, completo en lo que era nuestro.120
Una vez más, en el sermón 75: “En Pentecostés, I” San Leon dejó en claro que se debía evitar el error de Sabelio. Las tres personas son una verdadera Trinidad:
Porque en la Divina Trinidad nada es diferente o desigual, y todo lo que se puede pensar en cuanto a su sustancia no admite la diversidad, ya sea en el poder o la gloria o la eternidad. Y mientras que en la propiedad de cada persona el Padre es uno, el Hijo es otro, y el Espíritu Santo es otro, aun la Divinidad no es distinta ni diferente, pues mientras que el Hijo es el Unigénito del Padre, el Espíritu Santo es el Espíritu del Padre y del Hijo, no en la forma que cada criatura es la criatura del Padre, y del Hijo, sino como viviendo y teniendo poder con ambos, y eternamente subsistiendo de Aquel el Cual es el Padre y el Hijo.121
Pero la ultimidad igual del que es uno y plural, y su localización en la Trinidad fue estrictamente protegida por San León. Posteriormente fue salvaguardada por su insistencia en el creacionismo. En el sermón 22 “ En la fiesta de la Natividad, II,” San León declaró que Dios “creó el universo de la nada, y formó por Su método todopoderoso la sustancia de la tierra y el cielo en las formas y dimensiones que Él quiso.”122
Dios, habiendo creado todas las cosas, las gobierna absolutamente. San León al pronunciar, el sermón 67 afirmó: “En la Pasión, XVI,” Al “orden inmutable de los decretos eternos de Dios, con Quien las cosas que han de decidirse ya están determinadas, y lo que será ya se ha cumplido.”123 Dios es, pues, la primera causa de toda la historia, la causalidad del hombre es una causalidad secundaria. El Estado por tanto se coloca debajo de Dios, la iniciativa en la historia se retira del hombre y del Estado y es entregada a Dios, la encarnación se niega al Estado y hecha única en Jesucristo y sin confusión de las naturalezas. El centro de la historia está más allá de la historia, y los cristianos son el nuevo “linaje escogido” de Dios en Jesucristo (Sermón 33: “En la fiesta de la Epifanía, III”).124
Sobre el fundamento de Calcedonia, la formulación de la Cristología bíblica, se ha construido la libertad Occidental. La ignorancia y el descuido de Calcedonia ha sido fundamental para el declive de la Iglesia. Voces extrañas en la Cristiandad afirman la necesidad de relevancia Cristiana, pero la relevancia que tienen en mente no es Cristo y su reino, sino la reactivación de la teología pagana estatista y los intentos por parte del Estado humanista pagano para dirigir al hombre en un paraíso sin Dios. Sin embargo, la reducción del hombre a las dimensiones del Estado, a las dimensiones del tiempo y la historia, es la esclavitud del hombre, no su liberación. La cristiandad tiene que hacer eco de la decisión de los padres en Calcedonia, quienes, después de declarar la definición, afirmaron: “esta es la fe de los Apóstoles: en la cual nos sostenemos todos: así es que todos creemos” La alternativa es Cristo o César, la libertad o la esclavitud, Dios o el hombre. ¿La salvación es la capaciadad que tiene el hombre de ascender o la de Dios de descender? ¿Es la palabra del hombre o la gracia de Dios? ¿Es Dios el salvador del hombre o es el Estado? La respuesta de Calcedonia es enfáticamente por Dios y por la libertad.
La libertad de Occidente comenzó cuando se le negó al Estado la afirmación de ser el salvador del hombre. El Estado (o gobierno civil), entonces, de acuerdo a la Escritura, se limito al ministerio de la justicia. Sin embargo, siempre que Cristo deja de ser el salvador del hombre, la libertad perece en tanto que el Estado afirma nuevamente sus pretensiones mesiánicas. El hombre está en problemas, y la historia es el registro de su intento de encontrar la salvación. El hombre necesita un Salvador, y la pregunta es simplemente una de opciones: ¿Cristo o el Estado? Ningún hombre puede elegir a uno sin negar al otro, y todos los intentos de compromiso a ambos son un engaño.
104 Ethelbert Stauffer, Christ and the Caesars, (Philadelphia, PA: Westminster Press, 1955), 81-89.
105Francis Legge, Forerunners and Rivals of Christianity Front 330 B.C. to 330 A.D., vol. 1 (New York, NY:
University Books, [1915] 1964), xxiv.
106Trevor Jalland, The Life and Times of St. Leo the Great (London, England: Society for Promoting Christian
Knowledge, 1941), 420.
107Gerhart B. Ladner, “Origin and Significance of the Byzantine Iconoclastic Controversy” in Pontifical
Institute of Mediaeval Studies, Mediaeval Studies, vol. 2 (New York, NY: Sheed and Ward, 1940), 127-49.
108 Eugen Rosenstock-Huessy, Out of Revolution (New York, NY: William Morrow, 1938), 437, 503ff.
109Ibid., 91-92.
110Cornelious Van Til, The Defense of the Faith (Philadelphia, PA: Presbyterian and Reformed Publishing Co.,
1955), 32.
111 J. N. W. B. Robertson, ed., The Divine Liturgies of John Chrysostom and Basil the Great (London, England:
David Nutt, 1894), 157, 195, 453-54.
112 George H. Williams, The Norman Anonymous of A.D. 1100, Harvard Theological Studies 18 (Cambridge,
MA: Harvard University Press, 1951), 127-28.
113Ernst H. Kantorowicz, The King’s Two Bodies: A Study in Mediaeval Political Theology (Princeton, NJ:
Princeton University Press, 1957), 227.
114 Ibid., 229.
115Thomas J. J. Altizer, Mircea Eliade and the Dialectic of the Sacred (Philadelphia, PA: Westminster Press, 1963),
23, 26.
116In Percival, Seven Ecumenical Councils, 9.
117 Fustel De Coulanges, The Ancient City, (Garden City, NY: Doubleday Anchor Books, [1864] 1936), 141,
219-20.
118Ibid., 221.
119Ibid., 224.
120 Nicene and Post-Nicene Fathers, series 2, vol. 12, 133.
121Ibid., 190.
122Ibid., 132.
123Ibid., 178.
124Ibid., 145-47.
Capitulo 7 del libro “Foundations of Social Order: Studies in the Creeds and Councils of the Early Church” por R. J. Rushdoony. Traducido por William García para Contra Mundum.