Apologética
El Naturalismo: Una Falacia de Autonomía
Debajo de toda cosmovisión autónoma se halla de manera secreta una creencia con respecto a la realidad. Esta creencia se disfraza como una respuesta asumida a la pregunta: “En última instancia, ¿qué es la realidad?” Esta noción asumida puede tomar solamente dos formas básicas: naturalismo o sobrenaturalismo. En última instancia, todas las cosmovisiones calzan en una de estas dos categorías, y cada categoría contiene muchas variedades falaces.
El teísmo cristiano puede calzar bajo el encabezado de sobrenaturalismo aunque forma un caso muy especial: constituye la única cosmovisión que no implica nociones arbitrarias insostenibles o incoherencia lógica. En un sentido podrías categorizar todas las cosmovisiones bajo dos encabezados: “teísmo cristiano,” y “autonomía humana,” pero por ahora me voy a apegar a lo que he establecido. El resto de la categoría del sobrenaturalismo incluye a las falsas religiones, cultos, las creencias de la Nueva Era, y otras similares, todas las cuales creen en una realidad última más allá de la “naturaleza” percibida por los sentidos humanos, pero todas las cuales fracasan en varias maneras. Estos fallos particulares se halla más allá del radio de acción de este libro, y el lector puede encontrarlas bien documentadas en varios lugares.1
La categoría del naturalismo también contiene muchas permutaciones que pueden incluir incluso algunas religiones (el Confucionismo, algunas formas de Budismo, Taoísmo, y algunas ideas de la Nueva Era) y describe ampliamente la creencia de que nada existe excepto lo “natural.” La aplicación más popular de esta idea aparece entre los escépticos y los incrédulos con mentalidad “científica.” Entre estos, lo “natural” se puede definir mejor por lo que no es, a saber, un universo que se debe a un Dios Creador personal quien lo sustenta e “interfiere” con “las leyes de la naturaleza” al responder oraciones y realizar milagros.
Por consiguiente, este grupo de naturalistas cree en un universo que nunca discrepa con las leyes – leyes que en sí mismas existen de manera inherente a la naturaleza y a causa de ella misma. Esta creencia da pie a una creencia secundaria llamada uniformitarismo – la idea de que el universo, y todo lo que hay en él, a lo largo de toda la historia, permanece uniforme en su operación. El universo siempre ha operado, y seguirá siempre operando, de acuerdo a leyes predecibles y entendibles.
Se suscitan muchos problemas con tal cosmovisión. Primero, es arbitraria, y por ende dogmática. En tanto que el universo sí exhibe un orden sorprendente, todos los filósofos concordarán en que las limitaciones del conocimiento humano hacen imposible comprobar una afirmación negativa tal como “no existe ningún Dios Sobrenatural.” Así que, aunque podemos confiar en el orden del universo en gran grado, dedicarnos a la ciencia, y generar predicciones extraordinariamente precisas y exactas, no podemos abstraer con justicia esa actividad y concluir en que tal orden es el atributo primario, y mucho menos el único de la realidad. Hacer eso sería operar sobre una noción no comprobada, y ello revelaría más acerca de las opiniones del naturalista que de la realidad.
Para mantener su creencia arbitrariamente seleccionada acerca de la naturaleza, el naturalista “elimina” perspectivas alternativas desde dentro de los confines de su propia cosmovisión y usando las limitadas herramientas que ésta posee. Puesto que ha excluido cualquier evento milagroso o intervención sobrenatural por definición, entonces ninguna evidencia de un milagro podría cambiar lógicamente su opinión. ¿Por qué no? Si alguna vez se ve confrontado por un milagro – incluso un milagro extremo, por ejemplo, la resurrección de los muertos – el naturalista aún así tratará de echar mano de una explicación natural. Por un lado puede que intente ofrecer una explicación “natural” (por ejemplo, que el cadáver no estaba realmente muerto para comenzar, o que dadas las circunstancias médicas correctas un cuerpo muerto puede ser traído nuevamente a la vida por medio de CPR o por estimulación nerviosa electromagnética, etc.). No importa cuán débil pueda ser tal explicación, esta tendrá el mérito (en la mente del naturalista) de ser “natural,” de modo que para él proveerá un escenario más plausible que cualquier explicación sobrenatural. Por otro lado, puede que consienta en que la ciencia naturalista al presente no tiene respuesta a tal fenómeno, pero sin embargo “los científicos están trabajando en ello” y en última instancia llegarán a una. El dogmatismo de su posición sobresale en este punto: él argumentaría esencialmente, en presencia de un milagro, que si alguna explicación se le va a dar al evento, esa explicación sólo puede ser una explicación natural.
Esto muestra que incluso los propios criterios de juicio del naturalista – es decir, la “evidencia” natural – no podrían cambiar jamás sus compromisos fundamentales aún cuando los contradice. De hecho, puesto que ya ha predeterminado en su propia mente que nada existe excepto la naturaleza uniforme, entonces reinterpretará cualquier evidencia contradictoria como algo no contradictorio. Esto significa que la “naturaleza” y la “evidencia” verdaderamente no forman la base de la cosmovisión del naturalista (a pesar de lo mucho que se jacta de este hecho); más bien, sus nociones no comprobadas forman la base irrebatible de su cosmovisión.
Jesús habla de tal problema con los incrédulos. En la parábola del rico y Lázaro (Lucas 16:19-31), Jesús enseña sobre un rico que ignoró a Dios durante su vida, y quien después de la muerte se halla sufriendo en el infierno. Gritándole a lo lejos a Abraham, el hombre rogó que se enviara a alguien para advertirles a sus hermanos del tormento que les esperaba. El diálogo que sigue conlleva una lección importante acerca de las limitaciones de la evidencia milagrosa:
“Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos. Él entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos.”
Lucas 16:29-31
Según Abraham, un hombre no conmovido por el poder sobrenatural de la palabra de Dios también seguirá sin ser conmovido por las intervenciones sobrenaturales en la naturaleza, incluso tan drásticas como una resurrección. La evidencia no los conmoverá, pues su compromiso fundamental no es con la naturaleza, sino contra el Dios Creador Personal.
Desde esta perspectiva, el naturalista esencialmente crea sus propias limitaciones intelectuales y luego arbitrariamente (sobre su propia autoridad autónoma) define toda la realidad como una que se ajusta dentro de esas limitaciones. Se aplica el viejo adagio: “Lo que mi red no captura, no es pez.” Pero esta conducta es igual a esconderse en un armario y luego argumentar que el resto del mundo no existe porque no puedes verlo. La condición resultante nos recuerda a un pez en su pecera y que pontifica sobre la no existencia de todo lo que está en el exterior.
Abundan los ejemplos de este tipo de racionalización en la literatura de los secularistas y ateos. Por ejemplo, el filósofo ateo Daniel Dennett ha creado una metáfora para describir cuáles tipos de explicaciones debemos aceptar cuando se habla acerca de los orígenes del universo. ¿Qué tipo de explicación necesitamos para llevar a cabo nuestro “levantamiento” intelectual? Para responder, contrasta los “ganchos en el aire” con las “grúas.” Citando el Diccionario Oxford del Inglés, Dennett define un “gancho en el aire” como “Un artilugio imaginario para aferrarse al cielo; un medio imaginario de suspensión en el cielo.”2 Nótese la repetición de la palabra “imaginario” y la inclusión de la palabra “artilugio.” Dennett añade, “Sería maravilloso tener cosas como los ganchos en el cielo… Es triste decirlo, pero son imposibles.”3 En lugar de referirse directamente a lo sobrenatural, Dennett usa su metáfora para categorizar cualquier explicación de lo natural que no se someta paso a paso de acuerdo a la teoría darwiniana. En otras palabras, cualquier explicación no darwiniana, no naturalista del universo es, por definición (según Dennett) imaginaria, artificiosa e imposible. ¡En su definición ha desechado a Dios desde el principio!
Sin embargo, se refiere a las explicaciones naturalistas como “grúas.” “Los ganchos en el cielo son elevadores milagrosos, sin apoyo e incapaces de soportar. Las grúas son elevadores no menos excelentes, y tienen la decidida ventaja de ser reales.”4 Claro, las grúas solamente pueden levantar las cosas tan alto como puedan extenderse, así Dennett (como un fiel darwiniano) extiende aún más la metáfora. Así como algunas veces los contratistas utilizan pequeñas grúas para ensamblar grúas más grandes, podemos entender la naturaleza usando pasos pequeños para lograr grandes resultados.
Debieron haberse atravesado vastas distancias desde el surgimiento de la vida con las entidades primigenias y que se auto-replican, extendiéndose hacia fuera (diversidad) y hacia arriba (excelencia). Darwin nos ha ofrecido una explicación del más burdo proceso elevador, más rudimentario y estúpido imaginable – la cuña de la selección natural. Tomando pasos pequeños – lo más pequeños posible – este proceso puede gradualmente, a lo largo de las edades, atravesar estas enormes distancias. O eso es lo que afirma. En ningún punto se necesaria algo milagroso – desde lo alto. Cada paso ha sido realizado por un escalamiento ordinario, mecánico y algorítmico, desde la base ya edificada por los esfuerzos de escalamientos previos.5
Ignorando la misma pregunta fundamental que surge a partir de esto – para comenzar, ¿de dónde proviene el primero “paso” o “la base?” – las nociones naturalistas de Dennett se dejan entrever aquí. Luego explica un poco más:
Un gancho en el cielo es una fuerza, poder o proceso que señala a la prioridad de la mente, una excepción al principio de que todo diseño, y diseño aparente, es en última instancia el resultado de la mecanicidad sin mente y carente de motivo. Una grúa, en contraste, es un sub-proceso o característica especial de un proceso de diseño que puede ser demostrado para permitir la aceleración local del proceso básico y lento de la selección natural, y que se puede demostrar ser en sí mismo el producto predecible (o retrospectivamente explicable) del proceso básico.6
Dennett refuerza mi punto previo de que el naturalismo esencialmente equivale a una posición negativa, definida no por lo que es, sino por lo que no es – existe solamente negando una “mente” Creadora del universo, no por establecer una prueba de sí mismo. Note como esta noción impulsa las explicaciones de Dennett: un enfoque de “la mente primero” presentaría una excepción a la norma, la cual, por definición, carece de mente. La “mecanicidad sin mente y carente de motivo” de la selección natural forma la base de su cosmovisión. Cualquier cosa que no se ajuste a este molde Dennett la cataloga como “imaginaria.”
Puede ver fácilmente la arbitrariedad de esta posición. Dennett no tiene una justificación última para escoger una explicación natural versus una sobrenatural para la realidad última (no pequeños cambios en la naturaleza, sino la existencia, para comenzar, de todo lo natural y de las “leyes” y constantes de la naturaleza. Más bien, escoge su noción de manera autónoma, basado en su propia experiencia personal. Con esta presuposición del naturalismo como la norma en su lugar, erige la falsa dicotomía de los “ganchos en el cielo” versus las “grúas” para describir los posibles tipos aceptables de explicaciones. Pero su carga de su cosmovisión en las definiciones mismas para comenzar arregla la baraja contra cualquiera que le refute. Sus categorías de ganchos en el cielo y grúas no presentan con justicia la lucha entre el sobrenaturalismo versus el naturalismo, pues ambas son definiciones concebidas de manera naturalista. Aceptar su metáfora sería concederle al naturalismo la primera fila, y este método simplemente da por sentado el tema en discusión (veremos más sobre esta falacia más adelante).
Sin embargo, tal falta de justicia caracteriza a todas las cosmovisiones falaces, especialmente la del naturalismo. Por ejemplo, el ateo Richard Dawkins toma la metáfora de Dennett y corre. Dawkins escribe, “Lo mínimo que cualquier búsqueda honesta de la verdad debe tener al dedicarse a explicar tales monstruosidades de improbabilidad como un bosque lluvioso, un arrecife de coral, o un universo es una grúa y no un gancho en el cielo.”7 Esto es verdad, aparentemente, por definición. Luego elabora un poco más su punto, exponiendo su noción:
La grúa no tiene que ser la selección natural. Tenemos que admitir que nadie jamás ha pensado en una mejor. Pero podría haber otras aún por descubrirse. Quizá resulte ser que la ‘inflación’ que los físicos postulan como ocupando una fracción del primer yoctosegundo de la existencia del universo, cuando se entiende mejor, sea la grúa cosmológica que se halla colocada al lado de la grúa biológica de Darwin. O quizá la escurridiza grúa que los cosmologistas buscan será una versión de la idea misma de Darwin; ya sea la idea de Smolin o algo similar. O quizá será el multiverso más el principio antrópico expuesto por Martin Rees y otros. Incluso podría ser un diseñador superhumano – pero, si es así, muy ciertamente no será un diseñador que simplemente apareció en la existencia, o quien siempre existió.
Aparentemente, Dawkins aceptará cualquier explicación como posible, en tanto que esa explicación no implique a un Creador Sobrenatural Eterno. Tal Diseñador debe ser descartado inmediatamente por su definición.
Si nuestro universo fue diseñado (lo cual no creo ni por un momento), y a fortiori si el diseñador lee nuestros pensamientos y distribuye consejo omnisciente, perdón y redención, el diseñador mismo debe ser el producto final de algún tipo de escalera mecánica o grúa acumulativa, quizás una versión del Darwinismo u otro universo.8
“Debe ser,” como puede ver. Cualquier diseñador de este universo debe ser él mismo el producto de una “grúa” – un bloque de construcción previamente existente. El ser más parecido a un dios que Dawkins puede imaginar aún debe doblegarse ante los dictados Todopoderosos de lo natural. En otra parte Dawkins lo dice sin rodeos: él habla de los ganchos en el cielo como “incluyendo a todos los dioses.”9 En otras palabras, Dawkins, debido a su presuposición del naturalismo, se rehúsa ni siquiera a reconocer la posibilidad de un Creador sobrenatural. Si existe algún tipo de ser superhumano, ese ser debe estar sujeto a las mismas leyes naturales a las que nosotros estamos sujetos. Tales seres debieron haber evolucionado (según Dawkins) por la misma evolución por la cual los humanos hemos evolucionado, los seres superhumanos simplemente habrán progresado mucho más que nosotros en la evolución.
Con todo lo arbitraria (y absurda) que suena esta noción, Dawkins se aferra a ella. Él revela implicaciones adicionales de su cosmovisión: los aliens. Él explica,
Pienso que bien puede haber, en algún lugar del universo, seres evolucionados que son tan avanzados comparados co nosotros que bien nos veríamos tentados, si los viésemos, a llamarles dioses; y es también posible, por la misma razón, que si nuestra especie continúa evolucionando ya sea genética y/o culturalmente por una suficiente cantidad de milenios, nuestros descendientes podrían ser tan avanzados que nos veríamos tentados a llamarles dioses. Sin embargo, no pienso que me gustaría llamarles dioses, porque, sin importar cuán avanzados sean – cuán ingeniosos, cuán inteligentes, o cómo nos asombre su tecnología – todavía seguirían siendo seres evolucionados. Serían seres que habrían evolucionado por un proceso de evolución lenta, gradual y acumulativa.10
En la misma conferencia, Dawkins aclaró que solo la ciencia naturalista (y por ende, jamás Dios mismo) puede proveer razones. Él dijo, “Puede que haya buenas razones para creer en un dios, y si las hay, esperaría que vinieran, posiblemente, de la física moderna, de la cosmología, de las observaciones que – como alguna gente afirma – las leyes y constantes del universo asombrosamente sintonizadas las cuales son un accidente.”11
Así pues, cuando se ve enfrentado con la pura ignorancia científica sobre un asunto – tal como los orígenes y desarrollo del universo – Dawkins no se quedará en silencio con un “No sé,” sino que ejerce su fe en el naturalismo. Sabiendo que los físicos no tienen respuesta para tal asunto, él pide con insistencia, “No debiésemos perder la esperanza de una mejor grúa que surja de la física, algo tan poderoso como el Darwinismo en la biología.”12 Por supuesto, para aquellos que piensan que el Darwinismo provee una débil justificación para los orígenes biológicos, entonces quizá la física hará bien en ir por una ruta diferente. Aparte de esto, note la persistencia de Dawkins en sostener – sin evidencia – que las explicaciones para la física del cosmos deben ser una “grúa” – es decir, debe ser natural.
Otros naturalistas, de manera característica (casi como un estereotipo), comenten el mismo error. Asumen su posición como cierta por definición en lugar de probarla. Por ejemplo, el Manifiesto Humanista II, publicado por la Asociación Humanista Americana, declara que la religión tradicional “no le hace ningún favor a la especie humana,” porque, “Cualquier explicación de la naturaleza debiese pasar la prueba de la evidencia científica.”13 Muy bien, entonces, ¿qué hay con respecto a la “evidencia científica” en sí? ¿Por cuál criterio explicamos eso? Si es por la evidencia científica, entonces la circularidad del naturalismo se torna evidente. Claro, todo el criterio se impone arbitrariamente de cualquier manera. Este Manifiesto continúa, “La naturaleza puede en verdad ser más amplia y profunda de lo que sabemos ahora; sin embargo, cualquier nuevo descubrimiento no hará sino engrandecer nuestro conocimiento de lo natural.”14 Al menos el documento admite su sesgo desde el comienzo, y no trata de ocultarlo. “Como no teístas, comenzamos con los humanos no con Dios, con la naturaleza, no con la deidad.” Comienzan asumiendo que nada existe excepto la naturaleza. La conclusión se sigue de manera lógica, que cualquier nuevo descubrimiento solamente revelará más acerca de la naturaleza. Sin embargo, la noción en sí no tiene absolutamente ninguna justificación o autoridad lógica, y por lo tanto, presenta una falacia fundamental para aquellos que la adoptan.
Al igual que el Manifiesto Humanista II, el ateo Richard Carrier argumenta “si algo existe en nuestro universo, es parte de la naturaleza, y tiene una causa u origen natural, y no hay necesidad de ninguna otra explicación.”15 No me molestaría tanto si reconociera las limitaciones de la “naturaleza,” aún si definiera “universo” desde el principio como natural y luego admitiera que puede ser que exista algo más allá, no tendría ningún problema. Pero deja que el naturalismo gobierne completamente su cosmovisión, y por lo tanto, dice que si cualquier cosa existe tiene una explicación natural y que no requiere ninguna otra explicación. Esta es una pura suposición. Carrier niega rápidamente este señalamiento de que su cosmovisión descansa en una noción a priori: “Esta creencia no se afirma o se asume como un primer principio, sino que se llega a ella a partir de una investigación cuidadosa y con la mente abierta de toda evidencia y razón…”16 Claro, dado que sus criterios en sí (la evidencia y la razón) para llegar a esta creencia se hallan dentro de la cosmovisión del naturalismo, y se hallan por lo tanto sujetos a las limitaciones de ese sistema, entonces la conclusión a la que llega no debería sorprender a nadie. Una vez más, la pecera limita el conocimiento del pez lo mismo que el rango de nociones que puede tomar con respecto a todo el resto de conocimiento. La diferencia viene del hecho de que el naturalista se auto-impone sus propias limitaciones intelectuales. De modo que, Carrier depende de sus criterios naturalistas los cuales ha derivado de su noción con respecto al naturalismo, con el objetivo de definir y respaldar su cosmovisión naturalista. No hay razonamiento más circular que éste.
Al igual que Dawkins y Dennett, cuando se enfrenta con lo que no conoce, Carrier impone su fe en el naturalismo:
De igual manera, hay ciertamente otras “leyes” físicas además de aquellas que conocemos – que pueden incluso permitir cosas más allá de nuestra imaginación, cosas que de otra forma llamaríamos milagrosas, justo como el chamán de alguna tribu le llamaría al vuelo de un jumbo jet – pero estas no serían diferentes a las leyes que ya conocemos: propiedades brutas del universo que describen como se manifiestan y comportan sus dimensiones y materiales. Y a su vez, creemos que la causa y origen de todas estas cosas es natural; un hecho simple y carente de sentimientos.17
Haciéndose eco del compromiso básico del naturalismo, Carrier cree que cualquiera que sea la base global para el universo que podamos encontrar, esa base, sin duda alguna, será natural y por lo tanto “carente de sentimientos” – es decir, no un Creador o Mente inteligente. Como los otros ejemplos anteriores, Carrier llega a este punto porque comenzó en este punto. La suposición del naturalismo conduce a los criterios del naturalismo lo que lleva a la “conclusión” del naturalismo.
No obstante, dadas las limitaciones de su posición – tal como acabamos de ver con Dennett anteriormente – no puede escapar de la inherente arbitrariedad de aferrarse a una cosmovisión que reconoce “solamente a la naturaleza.” Estos ateos no tienen justificación para rechazar al Dios Creador por definición, ellos simplemente lo hacen. No tienen autoridad para tal decisión, confían únicamente en su propia experiencia y criterio. La autoridad última para tal criterio yace en el individuo, no en algún hecho trascendente u objetivo.
Por lo tanto, este entendimiento del naturalismo expone el hecho que, a pesar de las afirmaciones del naturalista de objetividad científica, su cosmovisión (y su conducta) le revelan lógicamente como un subjetivista. Así como su cosmovisión descansa en una noción no comprobada con respecto al universo como una realidad solamente natural, así también sus afirmaciones de que el universo presenta un orden predecible y uniforme descansa en una noción no comprobada. Ambas son nociones que él mismo asume de manera independiente y autónoma y así puede representar solamente su opinión acerca del universo. Dado que no puede comprobar su cosmovisión sin primero asumirla, entonces no puede comunicarla definitivamente a otras personas y no puede erguirse como autoritativa independientemente de él. Esto no significa que no puede convencer a otros a creerla, pues en verdad puede y así lo hace; pero convencer no es probar de manera lógica (como expondrá este libro una y otra vez), y en la medida en que otra gente se una al naturalista en su naturalismo sólo estarán asumiendo las mismas nociones (y por tanto los mismos saltos de lógica y fe) que él ha asumido. De este modo, el naturalista sólo tendrá éxito al crear un ejército de subjetivistas auto-engañados con su escepticismo.
Así que, hemos visto que el naturalismo descansa en nociones no comprobadas con respecto a la naturaleza (ni siquiera la naturaleza en sí) para poder sostener su cosmovisión. Estas nociones hacen inútil casi cualquier crítica o contradicción de la posición dado que el naturalista reinterpretará aún la evidencia más excepcional contra su perspectiva como algo que se ajusta en su visión. De modo que, la única manera de confrontar al naturalista es atacar el carácter defectuoso de la noción que ha asumido desde el principio – exponer las falacias de la noción en sí. Finalmente, reconocemos que sus nociones arbitrarias y su tratamiento inconsistente de la evidencia señalan ambas al subjetivismo inherente en su cosmovisión: su cosmovisión se origina y termina con su propia mente y no conlleva ninguna autenticidad o autoridad adicionales. A partir de aquí nos movemos de su autoridad falaz para ver sus efectos falaces en la totalidad de la vida.
1. Por ejemplo, ver las obras de Robert Morey, Walter Martin, Hank Hanegraaff, Ravi Zacharias, James White y muchos otros.
2. Daniel C. Dennett, Darwin’s Dangerous Idea: Evolution and the Meanings of Life (New York: Simon and Schuster, 1995), 74.
3. Daniel C. Dennett, Darwin’s Dangerous Idea, 74.
4. Daniel C. Dennett, Darwin’s Dangerous Idea, 75.
5. Daniel C. Dennett, Darwin’s Dangerous Idea, 75.
6. Daniel C. Dennett, Darwin’s Dangerous Idea, 76.
7. Richard Dawkins, The God Delusion (Boston and New York: Houghton Miffin, Co., 2006), 155.
8. Richard Dawkins, The God Delusion (Boston and New York: Houghton Miffin, Co., 2006), 156.
9. Richard Dawkins, The God Delusion, 73.
10. Richard Dawkins, Período de preguntas y respuestas luego de la lectura de un libro en la Randolph Macon Woman’s University, Lynchburg, VA, Octubre 23, 2006.
11. Richard Dawkins, Período de preguntas y respuestas luego de la lectura de un libro en la Randolph Macon Woman’s University, Lynchburg, VA, Octubre 23, 2006.
12 Richard Dawkins, The God Delusion, 158.
13. Ver American Humanist Manifiesto II (visitado el 24 de marzo de 2009).
14. Ver American Humanist Manifiesto II (visitado el 24 de marzo de 2009).
15. Richar Carrier, Sense and Goodness Without God: A Defense of Metaphysical Naturalism (Bloomington, IN: AuthorHouse, 2005), 67.
16. Richar Carrier, Sense and Goodness Without God, 67-68.
17. Richar Carrier, Sense and Goodness Without God, 68.
Extracto del libro La Lógica Bíblica: En Teoría y Práctica de Joel McDurmon. Traducido por Donald Herrera para Contra Mundum